La ciencia ha dado argumentos de base para la capitalización del ciclo de la reproducción humana, a través de instrumentos explícitos y tecnológicos (compra-venta de neonatos, gestación subrogada, fecundación in vitro) e implícitos (crianza como recurso no valoralizable, regeneración poblacional independiente de contexto, sometimiento y pérdida de libertad sobre el embarazo y su interrupción). Concretamente, la biología basada en objetos discretos y mecanismos causales ha perfilado una realidad poblada por agentes individuales descontextualizados. La genética, como su principal abanderada, ha dispuesto un pensamiento de causa-efecto, de predeterminación y sucesión hereditaria [1]. El darwinismo, como base teórica de la Biología, es una extensión del pensamiento liberal, y eleva sus mecanismos al estatus de ley natural [2]. Como consecuencia, la disociación entre objetos es vista como algo natural, así como su capitalización; todo proceso es reducible a mecanismos aislados y todo cuerpo es un ente individual por sí mismo, con agencia propia desde su misma concepción [3].
El estado actual de la cuestión está a años luz de lo que el relato científico sostenía hace solo unas décadas. Por contra, ha emergido una noción de interconexión profunda que atraviesa toda la Biología, la cual puede ser considerada como el eje común de los actuales paradigmas en consolidación. La disociación profunda de procesos es hoy vista como un artefacto, los límites individuales son cada vez más difusos, el entorno es inseparable de la herencia y el desarrollo. Algunas de estas cuestiones inhabilitan totalmente los argumentos previamente usados para legitimar las bases más elementales en las que se enmarca la capitalización reproductiva. Estas son resumidas a continuación:
Artículo publicado en #LaMarea70: ‘La memoria de Europa’ (marzo de 2019). Para continua leyendo pulsa aqui.